Ser madres/padres es una experiencia compleja, por ello merece toda nuestra actitud consciente y honesta. Nos hace crecer y nos hace más humanos, más auténticos, y que en el fondo es lo que esperábamos de nuestros padres y que todos a veces confundimos con ser perfectos y no repetir patrones, los cuales reprimimos para luego repetirlas igual, bajo otro ambiente o contexto.
Cuando es la esencia, la voluntad de decidir por uno, aceptarse y amarse lo que más le enseña de la vida a un hijo/a y los prepara para entender y comprender la suya.
El/la que siente y lo vive como un sacrificio, es porque no ha sabido equilibrar sus roles, no ha comprendido el trasfondo del significado de ser padres.
Algunos/as dicen sacrificar sus vidas al asumir el rol de padres, porque se han limitado ellos mismos, tratando de cumplir con un ideal de padres perfectos.
El punto es darse cuenta del por qué se permiten la obligación de cumplir con ese ideal, con esas expectativas y exigencias de lo supuestamente correcto.
¿Por qué no ser honestas/os?, el decir estoy cansado/a, no me la puedo, no tengo idea como se hace, pero hago lo mejor posible, no significa ser malos padres. Vale preguntarse ¿A quién le afecta la presión social y/o familiar?, ¿Quién permite esa presión?
El problema no es lo exterior, sino el interior de cada cual, su auto imagen y propia valoración y si bien es fruto de lo aprendido desde la infancia, a medida que se crece, no se puede seguir otorgando la responsabilidad de cómo es nuestra vida a los padres, ni a los demás. El/la responsable de cómo construir y transformar su vida es uno mismo. Claro que ese cambio de foco dependerá de cada vivencia y proceso adquirido.
Los hijos e hijas están, además de recordarnos lo que es el amor incondicional (entrega mutua de amor sin condiciones, libre de dar y recibir, no apegado, ni dependiente, ni sacrificado), para recordarnos nuestro niño/a interior, como fuimos y que soñábamos ser cuando grande y que hicimos de ello.
Nos recuerdan que la finalidad de la vida es ser felices con lo que somos, no con lo que esperamos o esperan que seamos.
Construir desde ahí, desde ese niño/a interior es la fuente de la vida, de la Felicidad.
¿Y qué es la felicidad?, es la sensación de paz y armonía interna, consecuencia de la coherencia entre las emociones, pensamientos y actos.
Si le preguntas a un niño/a muy pequeño si es feliz, puede que te responda ¿qué es eso?. ¿Qué le responderás?, ¿le dirás que es la armonía de su Ser y la Naturaleza?, ¿Aceptarse y Amarse tal como es?, o ¿le dirás que es estudiar, lograr metas, tener casa, auto, etc.?
La mayoría de los niños responden que son felices cuando se cumplen sus expectativas y no porque ya son felices. Reflejo de nuestras propios deseos y espectativas no cumplidas y que queremos, a veces inconcientemente, cumplirlas o satisfacerlas a través de nuestros hijos y terminamos condicionándolos.
Por ello, el significado de Felicidad se ha tergiversado.
¿Qué es lo que le estamos trasmitiendo a nuestras generaciones?
Hay que tener cuidado con lo que plantamos en aquellas mentes inocentes y flexibles, ellos aprenden del ejemplo, de lo que observan, escuchan e increíblemente también aprenden de lo sutil, de lo que no se ve o se cree no se trasmite, porque se oculta o se ignora. Por ejemplo, los patrones conductuales nacen de la observacion del lenguaje del cuerpo del padre/madre, es decir, que la postura corporal sea coherente o no con lo que expresa.
Todos decimos quiero que mi hijo/a sea feliz, y ¿qué hacemos con nosotros para ser felices?, ya que no podemos enseñar algo que no lo seamos o no poseamos dentro. Entonces si no somos felices, ¿qué pretendemos enseñar?, ¿qué es lo que en realidad estamos enseñando?
La felicidad abarca un todo, no se cuestiona, ni se piensa, se vive y se siente, este sentimiento muchas veces se pierde en la infancia. El criar seres íntegros, felices, implica dejar que se desarrollen a su ritmo, sin la presión, ni estrés de cumplir, que se reconozcan y acepten como son, ya traemos una carga genética de la cual poco podemos escapar, sin embargo podemos transformarla y para ello hay que integrar todos los aspectos, nos agraden o no. Esta integración se hace con amor, un amor justo, el cual deja ser y a la vez disciplina, lo hace responsable de sí.
El mayor legado que podemos dejarle a nuestros hijos/as, es sanarnos y demostrar que se puede ser mejor día a día, que se aprende de las experiencias al hacerse cargo de sí mismos, que somos humanos y nos equivocamos y que por ello somos valientes, pues enfrentamos los cambios necesarios para ser felices.
A veces creemos que el esforzarnos o sacrificarnos para mejorar la calidad de vida de nuestros hijos/as, nos asegurará de que no pasen por lo mismo, pero la vida se encarga de demostrar que no se puede vivir a tráves de otros y menos adoctrinar la esencia de tu hijo/a, ya que cada cual debe vivir para sí.
Finalmente esos actos se vuelven caos y se repite el ciclo generacional y nos preguntamos ¿por qué, si yo hice todo para no repetir lo que mis padres hicieron conmigo?, la respuesta está en que no hemos crecido interiormente, no nos hemos amado, ni aceptado como somos realmente y la vida se encarga de hacértelo saber por un medio u otro. En este caso a través de nuestros niños/as.
No puedes alterar el ritmo de una vida que viene a vivir su propia experiencia humana, ni tampoco puedes alterar tu propia vida por cumplir un ideal. Solo puedes enseñar a vivirla, ellos decidirán qué hacer con ella de acuerdo a su coherencia interna.
Cuando hablo del privilegio de ser madres/padres, me refiero a que los hijos/as nos dan la oportunidad de crecer, de conocernos a nosotros mismos, observándonos en ellos y aprendiendo de su inocencia y genialidad, recordándonos que tenemos las capacidades para recobrar la felicidad, que podemos transformarnos, despertando en nosotros la capacidad de autobservación, de hacernos conscientes de nuestro sentir, pensar y actuar. Nos refriegan en nuestra cara la falta de coherencia.
Cuando reconocemos este privilegio, nos permitimos ser mejores personas, hacer cambios en nuestras vidas para bien de nosotros, para nuestra paz interior y comprendemos que debemos ser consecuentes, ya que solo así, nuestros niños/as crecerán siendo personas auténticas, honestas, individualizadas y felices. Esto, en consecuencia, permitirá que las generaciones futuras sean más sanas de lo que fue nuestra generación. Lo que hagas consciente hoy y lo integres, lo sanes, sana en el mañana y en nuestro pasado.
¿Qué dirían nuestros abuelos/as, nuestros ancestros de esto? Que se ha perdido la capacidad de escuchar nuestra sabiduría interna.
El no tomar en cuenta las experiencias de vida de los abuelos/as, es un reflejo de lo que hemos equivocadamente creado como familia/sociedad, en busca de una falsa identidad y felicidad exterior.
Seamos madres/padres e hijos/as más conscientes, honestos, coherentes y felices.
Tenemos el gran privilegio de ayudarnos a crecer paralelamente, con amor y el mayor respeto hacia las vivencias de cada uno.
María José.