A lo largo de la vida caminamos en búsqueda de sentido, saber lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, temiendo permanentemente a lo incierto, a lo desconocido, a la nada, a lo vacío, a la muerte, al caos. Y para ordenarnos, tratamos de darle forma, darle un sentido a esta misteriosa existencia, ¿Por qué pensamos?, ¿somos los únicos en el universo?
Nos aferramos a una idea de algo superior, a la promesa de vida más allá de la muerte, a la existencia de un alma, de un dios o dioses, seres inmateriales, o la salvación o reencarnación, algo que nos dé un pilar, la seguridad de que no estamos solos en este vasto cosmos y que nos observan y cuidan.
Observamos a alrededor y no nos damos cuenta de lo que tenemos y somos, miramos al cielo esperando ver algo, ¿Qué?, lo que sea que nos dé un sentido, sea para temerlo o no.
¿Quizás un padre y una madre?
Quizás miramos al cielo buscando a nuestro padre, un padre que nos guíe y observe, nos corrija si es preciso. Lo pensamos y creamos, creemos haberlo encontrado sintiéndolo en nuestro interior bajo muchos nombres, pero enfocándolo afuera. La imagen del padre nos permite accionar, movernos, descubrir, expresarnos en el medio. Nos da la fuerza para pararnos frente al mundo y hacerle frente creando, es la luz que ilumina el camino. Quizás es tanto lo que hemos mirado fuera, que nos hemos deslumbrado, cegado por nuestras capacidades, perdiendo el rumbo y como humanidad nos hemos desequilibrado, manifestando una imagen padre competitivo, soberbio, egoísta y castigador.
Quizás en la tierra encontramos nuestra madre, una madre algo olvidada, temerosa de nosotros y nosotros de ella. Devastada por la irracionalidad, por el temor a lo desconocido. La imagen de la madre nos da el respeto, el cuidado, la compasión, la amabilidad y la vulnerabilidad. La pensamos y la sentimos, pero al igual que al padre la enfocamos fuera de nosotros, perdiéndola de vista, porque ella es poderosamente interna, misteriosa. No la queremos ver, porque nos muestra lo frágil que somos, lo herido que estamos como humanidad y lo errados que estamos, siendo caprichosos y destructores. Por lo que hemos manifestado una imagen madre caprichosa, cruel, insensible y deshonesta.
Quizás esa sensación de pérdida y búsqueda de sentido, es el sentimiento de separación con nuestro padre y nuestra madre originarios.
Como humanidad hemos evolucionado de muchas maneras, pero también hemos olvidado nuestras raíces, nuestro origen. Nuestros antepasados vivían venerando sus antepasados y así hacia atrás, veneraban a la tierra y al sol, sus padres, los que los proveían de vida. Se sentían seguros, tenían alimentos y agua, guía desde la observación de su entorno, se cuidaban entre ellos, convivían en armonía con la Naturaleza y comprendían sus ciclos. Todos eran iguales, todos eran hermanos (aves, animales, árboles, plantas, humanos, montañas, ríos, etc.)
Hoy escuchamos a supuestos sabios y les creemos, sentimos sus palabras dentro sin cuestionarnos demasiado, pero… ¿quién es sabio en esta tierra, más que la propia tierra? ¿Y quién será en el cosmos?
Ay el ego!, nuestro preciado y tan despreciado compañero.
El ego nos cuida y nos da aliento, y nos guía de acuerdo a nuestras experiencias. Ha creado máscaras sólo para ayudarnos a existir en este mundo.
Es triste ver corazones heridos y mentes cerradas.
Es triste ver personas que no son capaces de reconocerse a sí mismos, ni frente a otros.
Es triste ver la falta de amabilidad y juicio.
Es molesto ver una sociedad tan enferma por culpa de unos cuantos y es triste darse cuenta que esos cuantos son parte de un todo, nosotros.
Es molesto ver que no se tomen acciones para sanar nuestra humanidad, sino que se destruye cada día más.
Y así estamos de perdidos, heridos y enfadados… quizás enfadados con el padre y heridos con la madre.
¿Y cómo sanarnos entonces?
Quizás solo seamos parte de la tierra y esta es un ser viviente, sintiente y nosotros parásitos o bacterias.
Quizás nuestra tierra es una célula en un gran organismo.
Quizás somos lo más bajo en la evolución del cosmos o quizás no.
Quizás seamos mentes dentro de una gran mente y que por eso podemos acceder a todo el conocimiento, sólo que cada cual tiene una parte de ese todo y lo desarrolla.
Quizás cada quien tiene su mundo, con muchas cosas en común que nos hacen una especie.
Pero!, si hemos de sanar, será a través de la sanación de la imagen padre y madre que tiene nuestro ego, yendo a las profundidades de nuestro abismo interior, para morir y renacer armoniosos. La armonía es una danza infinita entre el caos y el orden, entre el padre y la madre internos. El uno sin el otro se pierden. Independientemente juntos es el todo. El padre da fuerza a la madre, la madre contiene al padre y ambos son indispensables para la existencia.
Es necesario volvernos a nuestros ancestros, a nuestra línea energética o espiritual, contactándonos con ellos desde el inconsciente y nuestra memoria genética. Cada célula tiene la información de quienes somos, somos el resultado de generaciones, contenemos toda la información de la existencia en nosotros!
Si muchas tradiciones dicen: “Honra a tus ancestros, a tus antepasados” ¿No será que debemos honrarnos a nosotros mismos? Y si lo hiciéramos conscientemente, lo que implica observarse, sanarse, conocerse, amarse, cuidarse, respetarse ¿no creen que el mundo, nuestra humanidad, sería otra?
Quizás esa sensación de conexión, de unidad que todos sentimos dentro, sea porque hemos evolucionado en miles de formas a lo largo de la evolución del cosmos y nuestra tierra, por lo que poseemos una memoria intrínsecamente arraigada, lo comprendamos o no.
Quizás lo que observamos en nuestra tierra, es un reflejo de como estamos como humanidad, y estamos observando cómo nuestra madre sufre por un padre ausente.
Quizás es tiempo de dejar de mirar afuera y comenzar a observar dentro de uno. No hay respuestas afuera, más que para satisfacer al ego.
Quizás ya es tiempo de volver a la matriz… Sanemos, para Sanar a nuestra Madre Tierra, seamos el Padre que necesita.