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Foto del escritorCota García

Los 3 secretos de la sabiduría antigua para ser felices


Imaginemos por un momento que pierdes tu trabajo. Si se trata de un puesto mal remunerado en el que no te sentías a gusto y confías en que puedes encontrar un empleo mejor, es probable que esa situación no te afecte y quizá hasta te alegres. Sin embargo, si crees que era el trabajo de tu vida y que no podrás encontrar nunca nada mejor, es probable que te sientas devastado.

Esto indica que, en muchas ocasiones no nos limitamos a reaccionar ante los hechos sino que nuestras emociones dependen, en enorme medida, de nuestras creencias y expectativas.

En este sentido, los estoicos afirmaban que no existen eventos buenos ni malos, solo nuestra percepción. Shakespeare lo resumió aún mejor: “No existe nada bueno ni malo; es el pensamiento humano el que lo hace aparecer así”.

Esta idea, que también defiende el taoísmo y el budismo, nos indica que no es lo mismo pensar “me ha pasado esto” a “esto que me ha pasado es malo”. Si nos limitamos a la primera afirmación seremos más objetivos, sufriremos menos e incluso podremos apreciar la enseñanza o lo positivo que encierran los hechos. Al contrario, si abrazamos la segunda afirmación, nos limitaremos a ver lo negativo.

Esta idea también ha sido primordial en la filosofía de Albert Ellis para darle forma a su Terapia Cognitiva Conductual, según la cual, la mayoría de nuestros estados de ánimo negativos no están causados por las circunstancias sino ​​por nuestras creencias irracionales.

1. Controla lo que puedes controlar. Ignora el resto.

“Pido serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que puedo y sabiduría para conocer la diferencia".

Los estoicos aplicaban mejor que nadie esta afirmación. Eran conscientes de la necesidad de tener cierto control sobre la vida pero no se obsesionaban con ello, por lo que siempre se preguntaban: "¿Puedo hacer algo al respecto?"

Si puedes hacerlo. Hazlo. Si no puedes… Asúmelo y sigue adelante porque preocuparse solo generará estrés.

De hecho, en realidad muchas de las cosas que nos preocupan y nos afectan son aquellas sobre las que no tenemos ningún control. Realizar la distinción entre lo que puedes cambiar y lo que no, te convertirá en una persona más feliz porque no solo lograrás vivir con mayor plenitud el aquí y ahora sino que aprenderás a centrar tu energía en lo que realmente importa. Así serás más productivo, más eficaz y más feliz.

Por tanto, la próxima vez que estés preocupado hasta el punto de sentirte agobiado y angustiado, pregúntate si tienes algún control sobre los hechos. Si es así, toma cartas en el asunto. Si no, deja ir esa preocupación centrándote en aquellas cosas que sí puedes cambiar.

2. Acepta. Sin caer en la pasividad.

La mayoría de las personas tiene problemas para aceptar los sucesos. En nuestro interior pensamos que aceptar es sinónimo de renunciar, aunque no es así.

De hecho, ¿alguna vez te has preguntado qué es lo contrario de aceptar? Es negar. Y negar los hechos nunca es una buena idea, es tan inútil como negar que está lloviendo, simplemente no nos conduce a ninguna parte.

Obviamente, esa negación es camuflada, negamos los hechos a través de una simple palabra: “debería”. Así decimos: “no deberían haberme tratado mal”, “no debería haberme sucedido”… Cada vez que usamos un “debería” lo que estamos diciendo en realidad es que no aceptamos lo que ha ocurrido, lo negamos porque anteponemos nuestras expectativas a la realidad.

Sin embargo, la negación es irracional, y solo genera una resistencia inútil que alimenta la rabia, el sufrimiento y la angustia. Por eso, para ser felices y vivir de forma más equilibrada, es fundamental aceptar la realidad, aunque eso no significa asumir un rol pasivo.

Por ejemplo, si está lloviendo, simplemente aceptas la lluvia. Negarlo no va a hacer que desaparezca. Pero no necesitas mojarte, puedes protegerte con un paraguas.

Para los estoicos la aceptación nunca significó resignación, implicaba aceptar los hechos como son y luego decidir qué hacer al respecto. Los estoicos, al igual que los maestros de la filosofía oriental, nos enseñan que no debemos desperdiciar nuestra energía luchando contra cosas que escapan de nuestro control, es más inteligente aceptarlas, seguir adelante y ver cómo podemos usarlas a nuestro favor o, al menos, como minimizar los daños.

Por tanto, la próxima vez que las cosas no vayan como hubieras deseado, no niegues la realidad. Acepta y luego pregúntate qué puedes cambiar.

3. Elige de quién serás hijo. Construye activamente tu "yo".

Puede parecer un contrasentido pero lo cierto es que, sea lo que sea que hayan hecho tus padres, ahora el responsable de tu vida eres tú. De hecho, muchos de los problemas y las preocupaciones realmente surgen en tu mente, pero provienen de la forma de pensar y afrontar la vida que te han inculcado. No obstante, ahora tienes el poder de cambiar cómo te enfrentas a esas situaciones y, lo que es aún más importante, cómo te sientes al respecto.

No estás solo en el mundo, puedes aprender muchísimo de los demás. Existen grandes modelos a seguir, como Séneca, uno de los grandes pilares del estoicismo, quien afirmó: “Decimos que no elegimos a nuestros padres, que nos fueron dados por casualidad, pero podemos elegir qué hijos queremos ser”.

Esto nos indica que podemos romper con muchos de los condicionamientos de nuestro pasado, para construir la persona en la que nos queremos convertir. Cada vez que decimos “siempre lo he hecho así” o “soy así”, asumimos una excusa para no cambiar y mantener el estado actual de las cosas.

De hecho, si planificas tu vida económica, tus próximas vacaciones y tus encuentros sociales, ¿por qué no dedicarle un poco de tiempo a construir la persona que quieres ser?

Por eso, cuando estés ante una situación difícil, te será de gran ayuda preguntarte: ¿cómo reaccionaría esa persona que admiras y que has asumido como mentor de vida?

Con esta simple pregunta logras salir de tu piel, asumes una distancia psicológica y eres capaz de ver las creencias irracionales que se encuentran alimentando ese círculo vicioso en el que te has sumido. Es un cambio que vale la pena.

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